LA MEMORIA DE LOS ELEMENTOS, Un paseo por las arenas del tiempo.

Keicum había abierto la puerta, no había más techo que un cielo oscuro carente de estrellas. Sus pies descalzos sintieron deslizarse los finos granos de arena entre sus dedos, le encantaba tener piel para disfrutar ese pequeño placer.

Kilómetros y kilómetros de un océano de tierra que había sido bañada con los instantes del pasado, presente y futuro, aunque allí eran tan solo uno...simplemente tiempo y la palabra <<¿Cuándo?>> no tenía sentido alguno, todo simplemente se podía reducir en una palabra <>. Los dioses del tiempo habían tenido que inventar ese concepto para hacerse más comprensibles para los seres mortales.

Allí podías encontrar granos minúsculos de tiempo sobre los que caminar, firme y con un rumbo establecido, viendo mentalmente miles de escenas en las que no podías detenerte porque corrías el riesgo de perderte en una línea temporal que no era la tuya y no regresar nunca.

Donde los seres mortales veían un desierto de arena, los Señores del Tiempo contemplaban un desván…uno de acciones, un glosario…lo más parecido a una biblioteca donde cada partícula podía incluso almacenar una vida completa, siglos, la eternidad. Los dioses tenían una peculiar forma de dejar constancia de las acciones en pasado, presente y futuro -para ellos no había distinción de este tipo, esta aclaración debía hacerse para que las mentes humanas pudieran catalogar información-, se aseguraban de grabar los datos en dispositivos que a ojos inexpertos pasarían desapercibidos. Habían creado memoria para cualquier elemento de la naturaleza, piedras, arena, agua, viento, plantas, seres mortales…Era la mejor manera de camuflar la infinita información de las líneas temporales, tan lejos y a la vez tan cerca.

No obstante, también es cierto que hay seres incluso humanos que pueden acceder a este tipo de información, llamada comúnmente “Memorias de los Elementos”. Éstas criaturas pueden ver acciones que su mente les obligaba a catalogar erróneamente como pasado, presente o futuro; e incluso extraer conocimientos y aprendizajes. Se trata de humanos sin condicionamiento terrestre, capaces de oír y escuchar en el viento, leer en el silencio y amar en la sombra.

Los dioses no se preocupaban demasiado porque los mortales humanos descubrieran o captaran estos mensajes en los ambientes que le rodeaban diariamente, puesto que sabían del estresado ritmo de vida que les caracterizaba y de su alejamiento cada día más radical de la naturaleza. No había tiempo para contemplar el sol al atardecer, disfrutar del viento haciendo bailar tu cabello, ni el agua recorriendo tus tobillos…ni tan siquiera había tiempo para suspirar.

Keicum era consciente de ello, a veces escuchaba los lamentos mortales, y como muchos de ellos terminaban por culpar a los dioses por su desgracia…y no podía sino sonreír porque los dioses no tenían nada que ver en ello. No había dioses que disfrutaran con la pobreza de un mortal, o haciéndolo enfermar, la mayoría de las enfermedades provenían de ese alocado estilo de vida tan poco respetuoso con la verdadera esencia humana. Los males terrenales no correspondían a dioses superiores, sino a dioses inferiores o almas pérdidas que se habían corrompido y subsistían alimentándose de energía negativa, susurrando o manipulando a humanos para que realizaran malas acciones.

Extracto perteneciente a la Sexta parte del Libro Manuales de Creación, 2012, Isabel Garre.

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