Diario de Adrien


                                                    Lyon, tarde del 17 Mayo, 1789


Regresé como un perro acobardado, tras una pelea con lobos, con el lomo encorvado y la cola entre las piernas.  Llamé a la puerta de mi hogar, de mi cobijo,  con solo traspasar el umbral sentí el cálido abrigo de la ternura y el cariño de mis padres, quise llorar emocionado ante tal explosión de sentimientos reconfortantes. Había pasado los peores días de mi vida, fríos, tan fríos que temí por la congelación de mi propio corazón. El abrazo de mi madre me devolvió a mis cinco años, cuando temeroso por la oscuridad corría a refugiarme en su regazo, estreché la mano de mi padre, tan ruda, tan llena de cayos y sin embargo, tan protectora como la recordaba, fui tan feliz de verme de nuevo a salvo que me maldije a mi mismo por haberles abandonado.
Olvidé todos mis lujos, mis caprichos, es curioso como cuando peligra tu vida, todo lo material es superfluo, para mi lo era, vendí todas mis pertenencias, mis trajes caros, y acepté de buena gana dedicarme a cuidar de la tierra de mi familia, tal y como hacían mis hermanos y mi padre. Nada de extravagancias, trabajar de sol a sol.
Mi felicidad duró escasamente una semana, nos encontrábamos cenando una sopa de almendras, cuando llamaron a la puerta, instintivamente me levanté de un salto y tiré el plato al suelo, busqué como un loco un crucifijo y le pedí a mis padres que no hicieran nada, que pasara lo que pasara se mantuvieran al margen, debieron de creerme porque permanecieron inmóviles con los ojos abiertos como platos, atónitos ante mi reacción, parecía que había llamado a nuestra puerta el mismo diablo.
Abrí ante el incesante repiqueteo de unos dedos sobre la madera ajada, con una mano sujetando firmemente un crucifijo cristiano y con la otra una hoz, estaba dispuesto a defenderme.
Encontré allí a Sebastian, uno de los criados de Madame Lacroix, el cual me observaba extrañado ante una reacción tan hostil por mi parte, debió de creer que había enloquecido pues dio varios pasos alejándose de mí antes de comenzar a hablar.

-Madmuaselle, Lacroix, le está esperando en su carruaje, insiste en hablar con vos a solas. Se han producido ciertos incidentes y está asustada –me dijo Sebastián y yo le creí como un iluso, como un necio.

Caminé rápidamente hasta el carruaje, lo único que echaba en falta de mi anterior vida, era a ella, la mujer más bella que jamás había contemplado, la que ejercía sobre mí un hechizo eterno, por la cual habría dejado todo si ella me lo pidiera, pero ella siempre había estado interesada en mí como un mero potro salvaje al que dominar y educar para mayores fines, jamás entraba en ellos el enamorarse de mí, aunque yo si lo estaba de ella.
Entré en el carruaje y la contemplé a la escasa luz de la luna que entraba por la pequeña ventanilla, no esperó ni dos segundos a que me sentará a su lado para abalanzarse sobre mí y abrazarme con fiereza. Nunca había expresado tales afectos,  tan controlada, distinguida y elegante, ahora estaba con el pelo totalmente suelto, cayéndole como ríos por su espalda, y lloró, para mi total asombro, lloró, una imperturbable roca derramando lágrimas...me quedé estupefacto.

-¡Adrien! ¡cuánto me alegro de verte!...te he buscado por todas partes, ¿por qué has sido tan cruel? ¿por qué me has abandonado? –me decía llorando desconsolada, golpeando mi pecho con sus pequeños puños, sin guante alguno, no era habitual que se mostrara tan natural.
-Tuve que hacerlo, ¿qué haces aquí? –la aparté de mí sentándola y yo permanecí a su lado sujetando sus manos.
-¡Buscarte, buscarte! –exclamó ella y sujetó mi cara besándome cada centímetro de mi rostro -¿qué haré sin ti?...¿cómo puedes estar aquí rodeado de estiércol? ¿es que no te importo? ¿no te has parado a pensar cuanto te echo de menos? –sus reproches me resultaron deliciosos, era lo que había anhelado todo este tiempo en el que a lo máximo que podía aspirar con ella era a poseerla sexualmente, emocionalmente era inaccesible.
-¿Qué quieres de mí?...Tienes a un ejército de jóvenes apuestos, no sé para qué te hago falta yo, sino para saciar tu instinto una vez por semana –ahora cuando me sentía en la cúspide decidí ser cruel, por todos los desplantes que ella me había regalado en esta extraña relación, quería verla hundida, vengarme de su trato, ya no iba a ser más su esclavo.
-Ninguno de ellos eres tú...¡oh, Adrien! ¿por qué me tratas así? ¿es que acaso no sientes lo mismo que yo?...no te das cuenta de que estamos unidos por un hilo invisible pero incapaz de romperse –me volvió a besar.
-Ahora...precisamente ahora que no me tienes es cuando estás segura de que quieres estar conmigo...tú...tú que vives para los demás, para el qué dirán, ¿cómo vas a soportar la idea de estar conmigo? –la miré con desprecio, aunque quería dejarme llevar y hacer el amor allí mismo, verla tan desvalida, tan vulnerable estaba enciendo la mecha de mi pasión.
-¡No soporto tu odio hacia mí! –se levantó y salió del carruaje, corriendo entre la maleza con gran agilidad, pese al terrorífico vestido, temí haber provocado una caida mortal, con botas de tacón y faldones, no era muy aconsejable correr de esa forma con no más luz que la de la luna llena.
Esperé unos segundos creyendo que se detendría en cuanto se diera cuenta de que no la había seguido como tantas otras veces, pero no fue así, y se adentró en la espesura del bosque. Me maldije por haber llevado ese juego demasiado lejos, observé a Sebastian y le indiqué que no se preocupara, la traería de vuelta.
Fui tras ella, como haría cualquier enamorado estúpido, encima tan reconfortado por la idea de que estuviera sufriendo por mí, ella una mujer que podía tener al hombre que deseara con solo dar una palmada, me sentí importante. Olvidé de pronto todas mis preocupaciones, solo quería encontrarla para besarla y hacerla mía para siempre, para poder pasear juntos por el parque a la vista de todos, sin escondernos de las miradas, sería mía.
La encontré sentada en una roca, evidentemente, se había torcido el tobillo, no quise reprenderla por su comportamiento tan infantil, ella que supuestamente era la racional y madura de los dos.
Me acerqué con una leve sonrisa en los labios, saqué mi pañuelo y le limpié las lágrimas, todo su maquillaje descendiendo por sus mejillas, pese a ser una escena dantesca la ví más hermosa que nunca, con su vestido roto, el pelo despeinado...

-¿Tú no me quieres? ¿verdad? –me miró con cara de pena, me conmovió y excitó a la vez, quería mantenerme firme, pero la ví tan deseable que aguantar era misión de titanes.
-¿Y tú? ¿me quieres? –le pregunté arrodillándome frente a ella, observando su tobillo y quitándole la bota cordón a cordón -¿sientes afecto real o estás fingiendo como haces con todos esos nobles?-entonces me dio una buena bofetada, al intentar darme la segunda le sujeté la mano con fuerza.
-Dime que me amas –le susurré altivamente -, solo a mí...qué dejarás esta vida y nos iremos lejos de Francia.
-Te amo Adrien, ¿cómo no iba hacerlo?...-volvió a abrazarse a mí -, nos iremos, nos iremos esta noche, he salido de mi casa con lo puesto y unos pocos ahorros...debemos darnos prisa –intentó levantarse -. Desmond, te está buscando –al escuchar esto último todo mi lívido se me fue a los pies.
Elevé a Madame y la subí en brazos, el camino de regreso al carruaje fue extraño, nunca me había sentido más cerca de ella, estaba feliz sintiendo sus besos por mi cuello y mi mejillas, tanto tiempo deseándola que ahora no podía creer que estuviera sucediendo de verdad.  La dejé sentada en su carruaje, esperándome, el tiempo justo para recoger unas pocas mudas y algo de dinero, íbamos a escaparnos juntos para siempre, esa idea me parecía fascinante.
Dejé a mis padres gritando tras de mí, sin comprender quién se atrevía a venir por mí a esas horas y hacerme abandonarles de una forma tan repentina. Me dio igual, solo quería estar con ella, fundirme en su cuerpo y respirar su aroma, estaba preso de la locura del amor enfermizo...
Pletórico, eufórico, no hay palabras para describir como me sentí cuando emprendimos nuestro viaje juntos. Fue la mejor noche de mi vida, la mejor con diferencia, la acaricie en aquel carruaje, la hice mía, con la esperanza de permanecer así cada día.
Llegamos a una posada, la luz del día sería nuestra salvación, pudimos descansar, tan solo unas pocas horas, hasta que nuestro deseo carnal nos despertó y volvimos a amarnos frenéticamente. Tenerla en mis brazos, sabiendo que ella me amaba era un deleite, verla gemir y suspirar por mis caricias me volvía loco, nunca pude imaginar sentir tanta pasión por una persona, se trataba de un torrente de energía incontrolable cuyo objetivo siempre estaba en la otra persona, la cual me lo devolvía con mayor intensidad. 
Sus pequeñas manos de dedos finos, se deslizaban prestas por todo mi cuerpo, verla buscar mi virilidad con esa mirada desafiante era maravilloso, la quería, me quería, nos amábamos, nada más podía importar.
Nos sorprendió la noche nuevamente sin haber probado bocado, aunque teniéndonos el uno al otro, ¿qué más podría necesitar para alimentarme? Si su pecho era pan y su boca agua...manaba vida...degusté su alma...
Me quedé dormido sobre su espalda, estirando sus rizos hasta su cintura y enrollándolos en mis dedos, me sentía dichoso, un niño merecedor de esa alegría, al fin todo había acabado bien.
Abrí los ojos al escuchar un grito ensordecedor, no me dio tiempo alguno a reaccionar cuando estaba ya pegado contra la pared, sujetado por una mano tan hiriente como la garra de un tigre, más parecida a la mandíbula de un lobo que a otra cosa, se trataba de Desmond.
No estaba solo, para nuestra desgracia su acompañante se encontraba sentado ahora sobre la cama, echado sobre mi amada,  mordiendo su cuello como un una serpiente. Ella...mi pobre amor...ella se agitaba violentamente mientras pudo, hasta que de repente dejó de hacerlo.
Ya no fuimos cuatro en la habitación, sino tres...su alma se fue en silencio, despacio, muy despacio, pude sentir un beso cálido y dramático que significó nuestra despedida. Se quedó inmóvil, tan quieta que percibí el momento exacto en el que ese maldito ser le robaba la vida...la suya y la mía.
Perdí la noción del tiempo, del espacio, todo me daba vueltas, el odio era tan extremo que sentí una gran bola de fuego creciendo en mi interior, devorándome las entrañas, abriéndose paso a través de mis costillas, para salir por mi boca en un gemido sordo...enmudecido...lánguido...
No tuve tiempo de compadecerme de ella, ni tan siquiera de maldecir a nadie, antes de poder apartar mi vista del cuerpo desnudo de mi bella compañera, sentí el mordisco estrangulador de Desmond, firme y poderoso, sus colmillos desgarraron mi carne como quién atraviesa un velo de seda con una aguja.
La habitación empezó a diluirse, a perder sus colores, mi campo de visión se volvió oscuridad, y cuando temí perderme en el averno, ella...ella estaba allí con las manos tendidas esperándome. Corrí tras su cuerpo desnudo, tras mi vida, estuve a punto de alcanzarla y volver a fundirme con ella, pero de repente, unas manos crueles me arrastraron por el suelo apartándome de toda esperanza. Entreabrí los ojos con una dificultad extrema, y solo les ví a los dos, Desmond y ese asesino, bebiendo de mi, sonrientes y felices, poco después mi agonía fue tal que me desvanecí de inmediato, despidiéndome de todo aquello que había conocido...adiós padre, adiós madre...correría la misma suerte que mi amada...

Diario de Adrien, personaje del libro En Busca de Vampiros (2010) Isabel Garre.

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