Nacimiento del tronco de un árbol
Oscuridad,
recogido, arropado por la madre de todas las cosas. Sentí que podía estar de
nuevo en calma, olvidando mi humanidad. Entonces comprendí que yo quería nacer
de un árbol, ser gestado en el tronco de quién había permanecido sobre la
colina cientos de años. Sabio y en silencio, había sobrevivido a todo. Y quise
nacer en mi nueva vida de él, fundirme con la madera y sentir mi sangre convirtiéndose
en salvia.
Cuando estás en el
vientre de un árbol, pasas el tiempo pensando en qué será de ti, ¿cuántas
expectativas? Para lo que hay al cruzar la luz, ¿cuántas experiencias vas a
vivir? Uno nunca sabe lo que le espera. Fue así como conseguí calmar el llanto
ante la pérdida, ante la muerte, que no era otra sino la mía. Y cuando sientes
esa muerte, abandonas todo, miedos, apegos, la importancia personal… todo. Así,
cuando nada te importa es cuando lo tienes todo.
En medio de esa
oscuridad no podía percibir el ruido de la sociedad, tan solo podía intuir
levemente un pequeño residuo de luz, con el que mis ojos se acostumbraron a ver
y pude entretenerme estudiando mis manos. A partir de entonces cuantas cosas haría
con ellas, buenas y malas. Las observé aún con más detenimiento, dándome cuenta
que en la silueta podía ver que una era la mano de mujer y la otra era
realmente una mano de hombre. Entonces entendí que era cierto, una parte del
cuerpo es la masculina y la otra es la femenina, y todo humano venía diseñado
de esta forma. Sentí una paz inmensa cuando junté y entrelacé mis manos. Se
apoyaron y unieron, se protegieron, fue cuando entendí que antes de nacer del
seno de aquel árbol debía unificarme. Al nacer eres uno, es después con el paso
de los días cuando alimentamos esa división, no dividimos tanto que más tarde
no sabemos ni quién somos… es solo en el nacimiento y en la muerte cuando nos
encontramos.
Manuales de Creación. Libro 8. Isabel Garre
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